martes, 4 de mayo de 2010

Luz de luna

La falta de publicación de artículos en mi blog es solo en parte a la falta de inspiración. Pero, a decir verdad, tengo muchos borradores y líneas sueltas que me gustaría subir. Aunque debo admitir que tengo miedo de que esto pueda repercutir de una manera negativa sobre las personas a las que quiero.
Muchas veces soy muy literal y muchas otras mis metáforas pueden ser mal interpretadas. Imagínense el caos que eso podría generar.



Era una noche oscura. Las nubes cubrían el firmamento, solo dejándole espacio a la luna brillar sobre ellos. Ambos se encontraban en el techo de un edificio antiguo.

- Soy feliz – Dijo ella. Su cara estaba totalmente inexpresiva.
- ¿A qué se debe?
- Soy feliz. – repitió. – Muy feliz
Su rostro siguió inmutable. Él la miró atónito.
- Es que… pasan cosas que a una la cambian.
Era tal el grado de inexpresividad en su rostro que él no llegaba a comprender.
- Quisiera pensar que eso es bueno.
- Demasiado. Al menos para mí. – Se ruborizó completamente.
- ¿Vas a contarme o a seguir haciéndote la misteriosa?
- Es que… Nunca pensé que iba a pasarme a mí. Vos bien sabés como soy.
- No te entiendo.
- Sabés muy bien que detesto manifestar sentimientos, y mucho menos a… personas.
- Si, lo sé. ¿Sentimientos? Contame, realmente quiero entenderte.
- Siento que la luna me sonríe. Que su brillo acaricia mi corazón.
Su cara se tornó en sorpresa repentinamente.
- ¿Desde cuándo tenés corazón vos? –
- Sé que suena raro esto pero no seas tarado y dejame contarte. – Frunció el seño y lo miró con desdén.
- Bueno, bueno. No interrumpo más. – Dijo mientras se cruzaba de brazos.
Ella miró hacía abajo, buscando un punto fijo.
- Contame, por favor. - Le dijo, animándola a continuar.
- Es que… Siento que podría levantar al mundo entero en solo una uña. Que siquiera el sol podría herirme. Siento fluir la sangre por mis venas. Que se calienta. Siento que mis pasos ya no son pasos, que simplemente estoy… flotando. – Sus ojos se llenaron de lágrimas.
- No irás a llorar, ¿verdad?
- No, es solo que…
- Mirame. – Dijo esto levantando suavemente su cara – Sabés que a mí podés contarme lo que quieras. Siempre voy a ser para vos. – Sus palabras tenían un tono de absoluta sinceridad.
Ella le sonrió y clavó la mirada en sus ojos.
- Seguí…
- Siento que nada más importa. De que podría dejar absolutamente todo lo que conozco atrás y empezar de nuevo.
- Pero… - Ella posó su dedo sobre sus labios, interrumpiéndolo.
- Siento que mis latidos ahora tienen sentido.
Al escuchar esto se exaltó. Era demasiada su sorpresa. Ella lo siguió mirando a los ojos, y nuevamente con un dedo sobre sus labios, le hizo un gesto para que siguiera en silencio.
- El cielo se despejó, llevándose el sufrimiento que me aturdía. – Miró al cielo y sonrío. – No esperaba esto, pero… Me enamoré.
Su cara se transformó, como decepcionado. Ella volvió a clavar sus ojos en los suyos. Brillaban.
- No estoy segura de que sea correcto. Ya sabés, por eso… - Cerró los ojos e hizo un momento de silencio. - Pero realmente no me importa. Nada más me importa.
Él bajó la mirada, pero sin esforzarse demasiado por esconderse. Las lágrimas inundaron su rostro.
- Creo que esta noche no vas a ser el único que se lleve sorpresas. ¿Desde cuando llorás?
- No creo que sea momento para chistes.
- Lo sé. Pero solo quiero que estés bien.
Se limpió la cara. Su mirada se transformó repentinamente y la miró como si nada le hubiera pasado.
- Bueno, por favor seguí. No dejes que esto te interrumpa.
- Ya sé porque te pasó eso. Y no hay necesidad de que estés así. – Ella se le acercó rápidamente y posó sus ojos sobre los suyos. Estaba lo suficientemente cerca como para sentir su respiración en la piel. – Porque de quién me enamoré es de vos.
Dicho esto, ambos se fundieron en un beso. Esa noche fue perfecta.


Quizás haga falta toda una vida para conocer lo suficiente a una persona como para llegar a entenderla. Pero basta solo un segundo para que los sentimientos tomen forma.